lunes, 14 de mayo de 2012

El Castillo de Matrera, por Miguel Mancheño y Olivares

  Torre del Castillo de Matrera
Fotografía: Leandro Cabello

Por Esperanza Cabello


Hace un par de años conseguimos un libro muy curioso, se trataba de una obra escrita por don Miguel Mancheño y Olivares, "Antigüedades del Partido Judicial de Arcos y pueblos que existieron en él".
Es un libro de 1901, que nos gustó aún más porque trataba, aunque fuera de pasada, de nuestro pueblo, Ubrique. Don Miguel hablaba de su época romana como Ocurris y de su época árabe como Umrica.
La semana pasada un amigo nos pedía que echáramos un vistazo a ver si encontrábamos información sobre "Sierra Gamaza", y nos pusimos manos a la obra. Releyendo la obra solo encontramos tres referencias a don Pedro de Gamaza (de 1633), que quizás tenga algo que ver con el nombre de la sierra, pero nada más.
Sin embargo nos encantó encontrar referencias al Castillo de Matrera, del que habíamos hablado recientemente en este blog, así que hemos transcrito las páginas que se refieren a esta fortaleza.
Don Miguel la coloca en la época Visigoda, y tiene una curiosísima forma de explicar cómo se construyó la torre.
 Aunque la información más completa de la zona la encontramos en el artículo escrito por el doctor en Historia del Arte Alejandro Pérez Ordóñez, les invitamos a leer el texto de don Miguel Mancheño, minucioso y detallista.



    72. A catorce kilómetros al norte de Arcos entre Prado del Rey y Villamartín junto a las renombradas viñas de Pajarete, famosas por lo aromático y exquisito de sus dulces vinos, sobre una escarpada roca, inaccesible por sus lados Norte y Sur, se alza la robusta fortaleza de Matrera, que aún cuando llena de restos de la dominación arábiga y de la reconquista, conserva vestigios bien visibles de su primitivo origen visigodo, si bien mucho antes debieron habitar allí también los Celtas.
        La meseta que corona la montaña, de unas diez hectáreas de extensión, se halla cercada de murallas aún erguidas a trechos, teniendo dos entradas á los lados Este y Oeste, llamadas Puerta del Sol y de los Carros. Aquella era la plaza de armas, adonde venían a guarecerse y albergarse los pastores del contorno con sus ganados, luego que las ahumadas ú hogueras en la más alta torre de la fortaleza encendidas habían señalado la presencia de enemigos en la comarca.
         Apoyando sus cimientos en el tajo inaccesible del lado N. elévase a gran altura una torre cuadrada que aún desafía a los siglos, no obstante varias grietas causadas por el rayo que de alto abajo la hienden. Es el más avanzado puesto militar de la frontera del reino de Granada, distante menos de tres leguas de Zahara, Grazalema, Cardela y las restantes populosas y fuertes villas de la Serranía de Ronda.
         Penetrando en el interior de la robusta torre se ve que la forman tres estancias ó aposentos superpuestos. No existe escalera para subir á las dos estancias o pisos superiores, ni tampoco existen señales de que las haya habido jamás. Sin duda los antiguos presidios de la vetusta fortaleza se valían solo de escalas de mano que retirarían después de haberse servido de ellas.
      El techo de cada una de estas estancias consiste en una bóveda primitiva y la llamo así por ser la única construcción que conozco con semejante clase de aparejo. La bóveda, que es de medio cañón, está formada por por grandes lajas de piedra sin labrar, y desiguales en tamaño, colocadas de canto, las unas al lado de las otras. En los muros no se ven mechinales ni huecos que hayan podido servir para sostener el formero que debió necesitarse para construir la bóveda.
     Es decir, que aquella torre y sus estancias, se edificaron levantando los cuatro muros esteriores, cuyo interior rellenaban de tierra a medida que aquellos crecían. Al llegar a la altura que definitivamente habían de tener, echaron la bóveda de la estancia más alta, á  la que sirvió de formero el relleno de la torre, en el que se introducían á mazo las cuñas de piedra sin cortar ni labrar, de dimensiones desiguales, que constitutían las dovelas de la bóveda, y terminado el piso superior, vaciaron el relleno de tierra, hasta que á proporcionada altura formaron otra bóveda con igual paramente, y luego sucesivamente la más baja.
       La forma extraña de esta construcción tan ajena á la de los árabes, es lo que me hace atribuirla á los visigodos, no pudiendo de manera alguna calificarla de romana.
     La impresión que del examen de ella resulta es sorprendente. Las informes dovelas, desiguales en longitud y grueso, redondeadas unas, terminadas en punta otras, y afectando su mayor parte formas irregulares y caprichosas, parece como que se desprenden y desploman sobre el curioso, y su misma desigualdad produce la ilusión de que las piedras se han salido de sus alveolos, y casi se van a caer, por un fenómeno de óptica muy curioso.
      La incuria dará pronto fin de tan venerables ruinas, de cuyos ángulos faltan ya enormes sillares empleados en edificar casas de campo de los contornos, y del fortísimo Castillo de Matrera tantas veces sitiado, y testigo de cien combates en que realizaron hazañas gloriosas los hijos de Arcos á quienes en la edad media estuvo muchas veces confiada su defensa, solo quedará la memoria.


Aún se conservan las bóvedas de la torre
Fotografía: Leandro Cabello



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